Publicado: 15 de Marzo de 2023
El abuso en la ingesta de comida rápida, unido a otros hábitos poco saludables como la ausencia de ejercicio físico, está vinculado al desarrollo de problemas de salud como la obesidad o la diabetes tipo 2. En un país como España, en el que, según datos de la última Encuesta Europea de Salud (2020), el 16% de la población adulta padece obesidad y casi un 40% sobrepeso; y en el que, según datos de 2021 de la Federación Internacional de Diabetes, la diabetes tipo 2 afecta a uno de cada siete adultos (la segunda tasa más alta de Europa), estas asociaciones están más que alertadas por expertos en salud pública, médicos y divulgadores.
Existe gran desconocimiento sobre la relación entre la ingesta continuada de comida rápida y el desarrollo de hígado graso no alcohólico (también conocido como esteatosis hepática). Se trata de una afección potencialmente mortal producida por la acumulación de grasa en el hígado y que puede derivar, en estadios más avanzados, en cirrosis y en cáncer hepático. En países como Estados Unidos, ya es la principal causa de trasplante de hígado.
Según los resultados de un reciente estudio publicado en la revista científica Clinical Gastroenterology and Hepatology, las personas con obesidad o diabetes que consumen el 20% o más de sus calorías diarias en comida rápida presentan niveles muy elevados de grasa en el hígado en comparación con quienes consumen menos cantidad o nada de fast food. La población general también presenta aumentos de grasa en el hígado cuando basa una quinta parte o más de su dieta en aquel tipo de alimentos, aunque en este caso el incremento es más moderado.
“Los hígados sanos contienen per se una pequeña cantidad de grasa que por regla general representa menos del 5%. Sabemos que incluso un aumento moderado de esos niveles podría conducir a la enfermedad del hígado graso no alcohólico. Nos sorprendió especialmente el aumento severo de la grasa hepática en personas con obesidad o diabetes”, explica la hepatóloga Ani Kardashian, de la Universidad del Sur de California. “Probablemente se deba al hecho de que estas condiciones de salud causan una mayor susceptibilidad a la acumulación de grasa en el hígado”, añade Kardashian, autora principal del estudio. Considera que los hallazgos son “particularmente alarmantes” en un contexto como el actual, en el que el consumo de comida rápida ha aumentado considerablemente en los últimos 50 años, al margen del nivel socioeconómico.
En España, según afirma Rocío Aller, especialista en Aparato Digestivo del Hospital Clínico de Valladolid, el hígado graso no alcohólico ya es la principal causa de cirrosis, por encima incluso del consumo de alcohol. “Es un tema de salud pública de primer nivel”, sostiene la experta, aunque matiza que los resultados obtenidos en EE UU no son directamente trasladables a España: “Allí es más frecuente que mucha gente consuma comida rápida a diario, mientras que en España podemos encontrar frecuencias de dos a tres veces a la semana”. No obstante, sí cree que habría que tener esos datos en cuenta, sobre todo porque es la población joven y la más vulnerable socioeconómicamente la que suele acceder con más asiduidad a este tipo de alimentos, por su bajo coste. “Cada vez nos encontramos enfermedad hepática en grupos de población más jóvenes”, añade Aller, que también es vicesecretaria de la Asociación Española para el Estudio del Hígado (AEEH).
Para Giuseppe Russolillo, presidente de la Academia Española de Nutrición y Dietética, dada la coyuntura actual, lo lógico es que los casos de hígado graso no alcohólico repunten en los próximos años. “La población se está volviendo más sedentaria, estamos comiendo más alimentos procesados y ultraprocesados, el precio de los alimentos frescos y de temporada se está encareciendo… Si nada lo cambia, caminamos hacia un aumento importante en la incidencia de patologías como la obesidad, la diabetes tipo 2 o el hígado graso”, sostiene el dietista-nutricionista. Puntualiza, eso sí, que el hecho de consumir este tipo de productos se asocia a la aparición de sobrepeso y obesidad y, por tanto, de esteatosis hepática; pero que no todas las personas con sobrepeso, obesidad o hígado graso tienen estos problemas por comer fast food, ya que al final se trata de enfermedades multifactoriales.
Una enfermedad sin tratamiento
El problema, como destaca Aller, es que en la actualidad no existe ningún tratamiento farmacológico para abordar esta dolencia. “El único tratamiento es dieta y ejercicio físico. Y la dieta recomendada por la evidencia científica es la dieta mediterránea, que es justo lo contrario de la comida rápida”, afirma la profesora de la Universidad de Valladolid, que lamenta el proceso de occidentalización sufrido por la dieta en España.
“Parece mentira que, estando en la cuenca mediterránea, cada vez comamos más parecido a los países occidentales. Para ellos es más difícil, porque no tienen tan disponible el aceite de oliva, y la fruta y la verdura es más cara. Pero nosotros deberíamos hacer educación sanitaria para que la gente sepa que la comida rápida no es saludable y que se deben comer alimentos locales y basados fundamentalmente en la dieta mediterránea”, añade Aller, que considera necesario y fundamental bajar los impuestos a la comida saludable y subírselos a la comida rápida para que no sea tan accesible.
Para Russolillo, sin embargo, hablamos de un problema que no se resuelve únicamente poniendo multas, subiendo impuestos o regulando la publicidad. “España es el único país de la Unión Europea que no cuenta con nutricionistas en el sistema sanitario público. Médicos, enfermeras y farmacéuticos son colaboradores en este ámbito, pueden dar consejos, pero no tienen las habilidades de un nutricionista ni los conocimientos holísticos que tiene un profesional de la nutrición”, denuncia. Además, lamenta que las políticas de salud pública en este ámbito no estén diseñadas por nutricionistas expertos y que estos tampoco participen en la elaboración de documentos públicos sobre la materia.
“Gravar a determinados alimentos con impuestos es lo fácil, pero hay que ir más allá, con campañas de educación nutricional en los colegios, para los niños y sus familias, que deberían ser lideradas por nutricionistas titulados”, aconseja Russolillo. Recuerda que la alimentación no es un acto meramente biológico, sino que los alimentos vienen revestidos de un valor simbólico asociado a una cultura. “Esto es algo que no entiende la administración pública. ¿Tú crees que los adolescentes van a dejar de comer hamburguesas o pizzas porque les digamos que es malo? Si no tienes en cuenta el contexto cultural, las políticas están condenadas al fracaso. Estamos matando moscas a cañonazos”, concluye.