Publicado: 6 de Octubre de 2023
Dormir es uno de los aspectos más importantes pero menos comprendidos de nuestra vida. Lo explica Matthew Walker en el éxito de ventas Por qué dormimos. Un buen sueño nocturno puede hacernos más inteligentes, más atractivos, más felices y más sanos. Como enumera el neurocientífico, "enriquece el cerebro, recalibra nuestras emociones, reafirma nuestro sistema inmunológico, afina nuestro metabolismo y regula nuestro apetito". El insomnio, en la otra cara de la moneda, puede acarrear fallos en todas estas áreas y el problema es que cada vez son más españoles los que lo sufren.
Así lo revela un estudio liderado por profesionales de la Sociedad Española del Sueño (SES), que advierte que el número de personas con insomnio crónico se ha duplicado en los últimos 20 años. Concretamente, ha pasado de afectar a un 6,4% de la población a finales de los 90 —de cuando datan los últimos estudios sobre prevalencia— a torturar a un 14% en la actualidad. "La cifra es muy alarmante", conviene Manuel de Entrambasaguas, el autor principal y miembro del grupo de trabajo de Insomnio de la SES.
La complejidad del origen del insomnio hace difícil establecer una definición exacta. Los profesionales suelen concretarlo como una dificultad persistente en el incio, duración, consolidación o calidad del sueño, que ocurre a pesar de la existencia de circunstancias adecuadas para el mismo, y se acompaña de sensación de fatiga, cansancio y/o mal humor al día siguiente. Si ocurre al menos tres días por semana y se prolonga durante más de tres meses, se habla de algo crónico.
"Una de las cosas que nos ha llamado la atención es que el grupo más afectado son los adultos jóvenes. Esto es una novedad", prosigue el profesional. Con el paso de los años, la arquitectura del sueño va cambiando y es habitual que en los más mayores el sueño nocturno descienda y se vaya distribuyendo a lo largo de pequeñas siestas en el día. Además, la edad va sumando papeletas para el desarrollo de otros trastornos que impliquen insomnio, como los trastornos del ritmo circadiano u otras enfermedades. De ahí la extrañeza de Entrambasaguas.
El papel de las pantallas
"Pensamos que en los adultos jóvenes hay sueño insuficiente, es decir, personas que están durmiendo poco entre semana y al día siguiente están cansados. Es un comportamiento que puede haber cambiado desde la aparición del smarthphone", marca como primera explicación el doctor.
Pecando de ingenuidad, habrá quien que se considere inmune al uso de las pantallas antes de dormir, pero está comprobado que es terriblemente perjudicial para el sueño. Lo demuestra una gran revisión sistemática publicada en JAMA Network y que sentencia: "El acceso y el uso de dispositivos multimedia a la hora de dormir se asociaron significativamente con los siguientes factores: cantidad de sueño inadecuada, mala calidad del sueño y somnolencia diurna excesiva".
Los datos son de sobra conocidos para de Entrambasaguas, que ofrece una explicación: "El daño de las pantallas puede venir por dos vías. Por el color azulado, que nuestro cerebro lo reconoce como propio del día y produce una inhibición en la producción de melatonina —conocida como la hormona del sueño—, y porque el dispositivo está diseñado para que le prestemos atención continuamente, lo que nos impide desconectar y hacer la transición que necesitamos hacia el descanso".
El médico también sospecha que hay muchos jóvenes que no están siendo diagnosticados de trastornos específicos del sueño, como puede ser el trastorno de retraso de la fase del sueño y del despertar o síndrome de retraso de fase, una alteración del ritmo circadiano que suele manifestarse en la adolescencia.
Clínicamente, estos pacientes presentan insomnio a la hora de acostarse y tienen una gran dificultad para levantarse por la mañana a la hora deseada, lo que muchos, sin diagnóstico de un especialista, pueden estar confundiendo con un simple insomnio.
La sospecha de infradiagnóstico no es baladí. Como especifica un trabajo español sobre el tema, "son jóvenes a los que se califica de noctámbulos o de vagos, a pesar de sus esfuerzos repetidos por adaptarse a unos horarios convencionales, lo que aboca en altos índices de depresión, ansiedad y abuso de sustancias". "Pensamos que hay muchos adultos jóvenes en esta situación y que no están siendo diagnosticados", confirma de Entrambasaguas.
Más terapia, menos fármacos
En cualquier caso, el panorama no pinta nada esperanzador, sobre todo porque en cifras más generales el mismo estudio arroja que alrededor del 43% de la población afirmó experimentar síntomas nocturnos de insomnio. A falta de ahondar en profundidad en qué está pasando, el envejecimiento paulatino de la población y los ritmos de vida cada vez más frenéticos se presentan como posibles explicaciones. No obstante, se necesita de más atención.
Un editorial de la revista The Lancet titulado Waking up to the importance of de sleep (Despertar ante la importancia del dormir) destaca precisamente esto último y reseña la cantidad de problemas que acarrea el no dormir bien, desde mayor riesgo de enfermedades mentales hasta hipertensión, lo que incrementa el peligro de sufrir un accidente cerebrovascular.
Como medidas paliativas generales, de Entrambasaguas recomienda una correcta higiene del sueño, lo cual se resume bajo un sencillo dogma: haz cosas que favorezcan un buen descanso y evita aquellas que lo vayan a perjudicar. En el caso de que esto no funcione, hay que acudir siempre a un profesional, que pondrá a la persona en vías de una solución.
De entre todas ellas, el médico remarca la terapia cognitivo-conductual, respaldada como opción prevalente sobre la medicación: "Con la primera, la persona desarrolla estrategias para afrontar el problema del dormir. Mientras, la pastilla es algo que la persona se toma y ya", valora. "Hay estudios que han comparado este tratamiento sobre fármacos y han visto que tanto a corto como a largo plazo es más eficaz".
Desgraciadamente, como apunta el uso de benzodiacepinas, uno de los medicamentos más populares para dormir, no para de crecer en España. Es un expontente más que apremia a resolver este misterio del sueño. Reformulando el título de Walker: por qué no dormimos.
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